Años de fuga by Plinio Apuleyo Mendoza

Años de fuga by Plinio Apuleyo Mendoza

autor:Plinio Apuleyo Mendoza [Mendoza, Plinio Apuleyo]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789585581319
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Colombia
publicado: 2022-05-28T00:00:00+00:00


INTERCAPÍTULO

Estás triste, Ernesto.

No, abuela.

Hemos salido del internado y caminamos hacia el paradero de los buses. A nuestra izquierda, en la luz todavía incierta del sol, se divisan los pinos y eucaliptos del Parque Nacional. Pasa un hombre con un racimo de bombas de colores ondulando en la brisa. Es domingo. Abuela camina a mi lado, deteniéndose a cada instante. Nunca me ha parecido tan vieja, tan escuálida, tan pobre, con su abrigo negro que empieza a volverse verde en las solapas y sus gastados zapatos de hebilla.

¿Cansada?

Ay mijo, tengo la vejez metida en los huesos. Ayer, cuando salía del Instituto de Radium, casi me da un vértigo en el tranvía.

Vamos a tu pensión.

El bus amarillo, traqueteante, cruzando entre las apretujadas casas de ladrillo de la Perseverancia. Puestos de fritanga en las esquinas, hombres de ruana bebiendo cerveza en la puerta de las tiendas. Abuela me cuenta que tío Eduardo se ha casado en Nueva York. Tengo que mostrarte el retrato de la novia, es muy bonita; me alegro por Eduardo, suspira, si no fuera por él a estas horas estaría en un asilo.

No digas eso, abuela.

Es la pura verdad.

Caminando despacio, deteniéndonos de trecho en trecho, cruzamos el parque de La Rebeca. Dejamos atrás la blanca figura en piedra de la mujer que alarga sus brazos hacia los patos que nadan en el agua del estanque y tomando por la carrera trece nos dirigimos hacia la pensión de la abuela. Betulia, la dueña, está zurciendo un colchón en el patio. A través de la polvorienta marquesina, el sol enciende los tiestos de geranios. Sentados en las sillas del zaguán, algunos hombres en bata leen El Tiempo. Pequeña, vivaracha, el pelo gris recogido en un moño, un lunar del tamaño de una uva en el mentón, Betulia nos grita un saludo. Has debido quedarte en cama, le dice a la abuela. A tu edad no deben cometerse imprudencias. Luego, observándome: caramba, cada vez te pareces más a tu mamá. Abuela se quita el abrigo y lo cuelga del paragüero de la entrada. Mírala cómo está de flaca, dice Betulia. Esa mujer no se cuida.

Ahora, como todos los domingos, nos hemos sentado en la penumbra de vidrios de colores del comedor, para almorzar. Todos saludan a la abuela al entrar llamándola doña María y preguntándole por su salud. Un contabilista a quien llaman, no sé por qué, el Erizo, se acerca, amable, ceremonioso, a nuestra mesa. Doña María, déjeme saludar a este joven. Sólo ahora vengo a saber que es hijo del líder, caramba, caramba. Sonríe. Agrandados por los cristales de sus lentes, sus ojos parecen llenos de una mezcla de estupor y tristeza. Qué gran hombre era su padre. De estar vivo, hoy lo tendríamos en la presidencia. El rostro me arde. Nunca sé qué decir cuando me hablan así de papá. Cuando el Erizo se aleja, abuela me cuenta que es un hombre muy informado, se la pasa oyendo por la radio las noticias de la guerra. La mujer lo abandonó, me dice, y los hijos sólo vienen los fines de mes para pedirle plata.



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